Nancy
El cuento Nancy dialoga con la tradición del ciberpunk, es un texto que pertence a mi segundo libro de cuentos llamado Lucina, publicado en 2016. Les invito a echarle un ojo.
Nancy
Fernando Percino
A Erika
Está
ahí, lubricando motores, echando aceite, tomando la presión a varios armatostes
que podrían desarmarse con el rugido de un león. Estas máquinas no tardarán en
morir. Una vibración interrumpe su perfectamente repetible coordinación. Una
vibración en su celular, ese insecto artificial que pocas veces parece vivo
entre sus ropas. Desde el otro lado del mundo su hermana lo ha vuelto a
contactar, ella que al parecer lo quiere, lo anhela, ella que trata de
conseguir que regrese ese pedazo de familia que se fue desvaneciendo cuando
dejó el pueblo. A veces la hermana ha intentando la repatriación con mensajes
en el móvil, con videos familiares enviados a la cuenta de correo electrónico,
esa hermana necia que intenta provocar un ligero parpadeo en el ojo de aquello
que ya no existe en él: nostalgia por el origen. A veces, incluso, ella quiso
visitarlo ahí, en ese agujero negro llamado África donde el hombre denominado
hermano se revuelca en el exilio. Ella nunca se atrevió a ir, no necesitaba ver
la putrefacción para olerla a miles de kilómetros, sólo el olor ya la
estremecía. El insecto vibra, su pequeño ruido ahoga las voces disfuncionales
de los armatostes y él acerca el rostro a la pantalla para ver la palabra
“boda”. La hermana prepara la ruptura con el núcleo familiar, esa ruptura que
se le negó al hermano, la negación de un mundo feliz. Después de leer la
invitación, él mata al insecto azotándolo contra los armatostes. Una vez
esparcidos sus circuitos, lo pisa lentamente. El rostro del hermano parece
torcerse y en su ojo derecho hay un tic que fue activado por el recuerdo de la
palabra Nancy, Nancy: Negación de libertad y valor, perpetúa expresión de vergüenza
y derrota en el rostro del hermano. Nancy; barricas de licor agrio que se
desbarrancan de un tirón y que estaban en la reserva privada. Ella se ubica sin
temor al olvido en ese conjunto de recuerdos mordaces, lúcidos, pasionales que
se atascan en el concepto “Pueblo natal”. Nancy: besos inacabables en la
madrugada, confortable desnudes del alma en mensajes por correos electrónico
donde existió la casi perfecta definición del uno y del otro, la novia más
hermosa del mundo con quien hubo una entrega constante de baratijas que eran
joyas de amor. Nancy, el búfalo blanco que se extinguió en las llanuras de la
utopía por falta de valor, de coraje para atreverse a vivir con ella, el
secuestro para consumar esa arcadia estaba justificado, no lo hizo. Recuerda las
noches repetitivas en las que encontraba el rostro de Nancy en las suripantas
de África, como un símbolo que Cronos les implantase para detener el tiempo.
Nancy, el ancla que le impedía navegar libremente al mar de otras mujeres. Y
ahora resulta que la hermana es quien se casa.
África
lo chupó todo ese tiempo del exilio. Llegó joven. África lo recibía ya con un
petardo que le habían encajado en América. Esto le haría forjarse, o en todo
caso comprarse en el mercado del infierno, mediante pactos consumados en sueños
con Satanás, un corazón de plomo. Compró el sueño también y trató mucho tiempo
de hacerlo factible en su realidad. Trabajó aplicando sus conocimientos
universitarios, y el primer exilio fue ese: especializarse en dar mantenimiento
a los armatostes en el botadero más grande de occidente, porque pudo regresar a
buscar a Nancy una vez librado de la tiranía que lo expulsó de América, pero en
su rostro aparecían las manchas púrpuras de la culpa cada que se veía en el
espejo, como una lepra que le corroía el espíritu por dentro, ¿por qué Nancy
tendría que fiarse de un cobarde que la abandonó la primera vez? Esa era su
idiota expiación, marcharse y sanarse ahí, donde todavía no llegan esos
aparatos que hacen tu comida favorita, ni esos relojes que calculan el tiempo
que te resta para encontrar al amor de tu vida, ahí donde todavía quedan
hipopótamos que comen turistas en la sabana profunda.
Hombres
de raza oscura que construyen cementerios artificiales. Armatostes que mueren y
son levantados por palas mecánicas, retirados lentamente del campo de batalla
del capitalismo y armatostes moribundos que caminan a la sustitución de los
muertos. A veces olvida para qué sirven esos transformers del tercer mundo. El
que antes llamamos hermano observa por enésima vez un proceso que le asegura
descanso. No habrá mantenimiento por algún tiempo mientras los nuevos
inquilinos se acomodan. Voltea a ver su jefe, aprieta sus dientes. Está
pensando en Nancy, en el dardo que nunca se despegó de su corazón (según él,
ahora enplomizado) ¿Quiere verla, si es que sigue viviendo ahí, si es que se ha
casado y vive con un hombre que la ama y seguramente tiene hijos? La abandonó
sin resistencia y aquello fue su calvario, la expiación nunca llegó, piensa,
nunca llegará. Se queda contemplando la eterna reconstrucción de la chatarra.
Se fue de América con un adiós que sus labios expulsaron mientras su alma se
desinflaba. Fue culpa de su padre. Esa sentencia lo adormeció hasta el exceso
de la zombificación. El padre lo ató con una inquebrantable voluntad de anciano
rico y despótico y lo mandó a estudiar la universidad lejos de América. El
padre nunca quiso a Nancy porque ella era pobre y su familia era originaria de
un país del sur. De aquello ya pasaron veinte años. Se responde que debe poner
a prueba su estoicismo ahora que su hermana está por casarse y en lo que cabe,
la hermana nunca fue la tirana de la historia y no dejó mostrar interés en él,
en el fondo el hermano sabe que le debe algo a esa mujer que está por consumar
su felicidad, es tiempo de volver ahora que trata de entender ese rencor hacía
sí mismo, ahora que los armatostes no lo necesitan, ahora que inevitablemente
ya es tarde y sabe que sólo encontrará las cenizas del paraíso. Se dirige a su
jefe y le pide vacaciones. Escurre baba en su rostro. Despierta y cuando se
asoma por la ventana de la nave reconoce rasgos quebradizos de lo que conocía
como Capital. El eterno retorno, la vida es cíclica y lugares comunes similares
invaden su mente mientras se aflige con
el panorama que contempla. Su pecho empieza a habitarse de una aguerrida
punción. La mueca que hace su rostro nos dice que está preparado para tolerar
ligeramente la ansiedad de los recuerdos que ahora le brotan mientras la nave
va reconociendo el terreno que pisa. Los sistemas vigentes de transporte le
parecen asombrosos por su tecnología que lo trasladan en segundos al pueblo. El
hombre se siente como un cavernícola que ha dormido miles de años en una cueva
y ahora que sale a luz mira Fords circulando por doquier. El cavernícola tiene
conciencia que tardará en reconocer la palabra Ford y sus implicaciones. Su
país premia la holgazanería. La ropa que jamás se ensucia le causa mucha
sudoración, lo hace sentir más imperfecto de lo que es. Además, están esos
insufribles hologramas que actúan en el cine y en el teatro. Lo reconoce
abiertamente ante sí mismo, en África era un salvaje livianamente feliz. Cuando
ve a su padre siente ganas de devorarlo y escupirlo a un retrete. Evita todo
contacto con él. ¿Un saludo?, ¿un abrazo?, ni pensarlo. Los tambores de guerra
siguen retumbando en su cabeza.
Después de sacudirse la incómoda sensación de
extranjería e instalarse sin saludar a nadie toma conciencia de que la caminata
es un deporte antiguo que le complace ejecutar. Sale a reconocer lo poco que
los inteligentes han dejado de su pueblo. Y poco queda. Encuentra un pub nuevo
en la ciudad, al menos nuevo para el cavernícola. El pub le hace un favor: Ha
detenido el tiempo. Contempla su interior a través de las ventanas. Es un niño cavernícola
que ve por vez primera el hielo. Afuera, la ciudad donde creció se ha
desvanecido entre espejismos tecnológicos. Dentro hay fotos de roqueros de su
época escolar, venden cerveza de marcas que ya no existen y parece que hay un
grupo que toca en vivo, detalles de hace veinte años. El pub no ha tardado en
abrir una ligera grieta para que respire su nostalgia. La grieta en el tiempo
es la puerta y él entra.
Una
mujer se le acerca y quiere tomar su orden, le pregunta si espera a alguien o
si desea jugar al pool. Esta mujer es la personificación de un milagro,
probablemente una versión femenina de Osiris después de juntar todos sus
miembros esparcidos por el mundo. Es Nancy. Una Nancy joven que decidió no
envejecer y esperar a su Ulises, que realmente fue vapuleado en Troya y que
este héroe abandona hogares sí fue consumido por su imberbe ancianidad y por
todas las máquinas que trae dentro de él para regular su salud. El cavernícola
balbucea al hablar, siente escalofríos. Ninguna de sus maquinitas evita que sus
manos suden y que el magma de su alma vuelva a ser un fuego que lo consuma. Le
pregunta a ella quién es su madre. Ella es fría al responder, “¿disculpe?
¿Quiere cerveza, alguna hamburguesa de la casa, desea que regrese después? Le
informo que no puede estar aquí por más de veinticinco minutos sin ordenar”,
parece estar sólo para cumplir órdenes. No parpadea, no ríe, posee una mirada
que parece haberle robado ciertas potestades a Medusa, aunque esta mirada es la
piedra misma. El hombre empapado con el agua helada que contenían las palabras
de la Medusa se limita a pedir cerveza de barril.
Ella
parte hacia la barra y una maquinaria está explotando en él. No, no es el
artefacto que regula su casi inútil aparato digestivo, es un artefacto
invisible. Se pasa toda la noche con Baco mientras Nancy se escabulle entre las
sombras, sorteando mesas de billar y dos que tres obesos. Parece bailar los
compases de una música decadente. Ella está en la barra y hace la cuenta de las
órdenes frente a la pantalla de una computadora: La luz que ilumina su rostro también
ilumina los errores más complejos que el cavernícola cometió en el pasado.
A
lo mejor hay Nancys esparcidas por el mundo invadiendo los Pubs. En Tokio, en
Roma, en el espacio exterior hay jóvenes que decidieron imitar su belleza como
dictamen de un canon de la hermosura por sus características perfectas. Si ayer
fue Venus el retrato de la imitación ideal, hoy es Nancy.
Llega
a casa y se duerme vencido por la cerveza. Sueña que Nancy le prepara el
desayuno mientras corrige la tarea de la Nancy pequeña antes de que esta acuda
a la escuela. Se despierta con resaca pero excitado. Se sacude la cabeza mientras
le platica a la hermana que se va a casar que vio a la hija de Nancy.
-¿La
hija de Nancy? Ella no tuvo hijos. Murió hace quince años en un accidente. No
te lo dijimos porque rara vez te dejabas contactar, pero más aún porque papá no
quiso que esa tragedia alterara tus emociones y perjudicara tu desarrollo profesional.
Yo me sentí fatal…
El cavernícola ha tomado la forma de un cohete
defectuoso que pretende salir rápido a recorrer el planeta, pero su velocidad
es ridícula para estos tiempos cuando sale disparado de la casa de su hermana.
Urgen algunas repuestas del responsable del pub.
-Son
robots de alta calidad: las meseras, el barman, los chicos que tocan rock de
hace veinte años. Todos son modelos. En su mayoría, inspirados en gente que
murió hace tiempo. Los hacen en la India. Son el último grito de la moda. Han
remplazado a unos droides que no estaban tan humanizados, claro, humanizados
sólo en apariencia. ¿Clones? ¡No! ¿Cómo se le ocurre? Yo jamás lucraría como lo
hace el ejército con esos alcances de la ciencia. Nos inspiramos en gente que
falleció joven. Tenemos franquicias en otros estados y son bien recibidas por
los pueblerinos. Tratamos de detener el tiempo, una época. El rock de hace
veinte años, la alegría de los muchachos rebeldes de aquel tiempo, las
cervezas, las hamburguesas altamente grasosas. Su agujero africano le ha
privado de conocer está tecnología, ¿eh? Los droides tienen órganos que parecen
reales. Es difícil diferenciarlos de un ser humano, tienen una vida similar a
nosotros, pero no tienen recuerdos insertados de sus “padres”, si así les
queremos llamar. Nacen teniendo una apariencia de veinte, veintiuno, treinta
años. Se tiene estimado que mueran en una, quizá dos décadas si se les da
mantenimiento. Conservan su apariencia durante todo su tiempo de vida útil y no
me pregunte cómo funcionan. Yo sólo los compro y ya.
Se
retuerce en la cama mientras la oscuridad lo asfixia. Regresan los sueños
habituales, la tregua se ha desvanecido. Su padre maneja una grúa con una
enorme mano mecánica. Lo atrapa. Con todas sus fuerzas lucha por escapar pero
es inútil. Un cavernícola inútil que no supo encontrar el arma de fuego para
vencer a su padre, para luchar por Nancy. Un cavernícola que ha tardado veinte
años en enfrentar su vergüenza. El viejo lo aleja de la felicidad y él reasume
su condición de Neanderthal desarmado. No puede evitar la tragedia. Noches y
noches y este sueño siempre altera su respiración, sus nervios, su ira.
Despierta,
se levanta, observa su rostro en el espejo del baño, contempla con nostalgia
sus arrugas, su barba, tiene cólicos, resaca. Es su cuerpo. Se hubiera echado a
perder más rápido si no fuera por muchas de las maquinitas que ahora
contrarrestan algunas de sus imperfecciones: mala digestión, pulmones deteriorados
por el humo del tabaco, dolores al orinar. Nada evita que su cuerpo envejezca.
Nancy posee una efigie viviente que conserva su belleza por un tiempo
prolongado, es el mejor tributo que alguien le pudo haber hecho.
Encuentra
valor, un poco de valor en su pisoteado orgullo y en su renovada veneración
para volver a ver a Nancy a los ojos. Podría llevar una veladora y consumar la
iniciación de un ritual pagano, se imagina restaurando su fragmentada idolatría
mientras contempla el rostro del vocalista del grupo que está tocando, le
resulta familiar: es idéntico al de alguien que jugaba de ala defensiva cuando
era bachiller. Es otra reinvención. El gerente le dice que aquel jugador murió
cuando su Ducatti se precipitó a una barranca. Canta “When routine bites hard, and ambitions are low.
And resentment rides high, but emotions won't grow”. Joy
Division creó su propia efigie indestructible con su música. El pagano decide
ser vencido nuevamente por Baco mientras mira a Nancy trabajar. Es en verdad
hermosa, tan exacta físicamente a la original. Posee todos y cada uno de los
lunares que tenía en el rostro y en el cuello, alguna vez los quiso succionar
con sus besos. Desea que su diosa sea perfectamente imitable en todos los pubs
del mundo. Quiere creer que no murió y decidió no envejecer para esperar su
regreso. Quisiera secuestrarla y decirle cómo se le jodió la vida durante esos
veinte años en los que no encontró valor para compartir una existencia con ella
a pesar de la imposición de su padre. Pero es inútil: ella es un ente
artificial incapaz de asimilar el vacío. Se dirige a su mesa, lo mira y su
mirada otra vez, resucita al magma de su alma. Un fuego virtual, tal vez falso,
tal vez real porque siente su calor, siente quemarlo cuando ella está cerca. La
maquinaria que lo sostiene hace corto circuito. Ella es un imán incendiario.
¿Cómo es posible que la presencia de un robot lo haga ceniza?
Casi
olvida cómo ponerse un smoking. El moño le aprieta y eso es lo de menos. Lo
radical se ubica en la preparación psicológica para soportar la ceremonia
matrimonial de su hermana. Un par de güisquis bebidos con celeridad ayudan en
esa transición mientras termina de vestirse. Su padre entrega a la novia. El
viejo sonríe como un niño y parece que tiene ganas de llorar. Disimula con
elegancia no ser un hijo de puta. El silencio sigue reinando en el reencuentro
entre padre e hijo.
Es
normal que la hermana le provoque envidia si ella luce esplendorosa en la
fiesta, si además recurre al panfleto chantajista de lo emocional cuando
agradece a los invitados, sobre todo a los que han venido de tan lejos, aunque
hay que decirlo, sus palabras parecen sinceras cuando mira al cavernícola a los
ojos. Reza por la madre que murió cuando la casada y el pagano eran niños. La
hermana tiene toda la alegría que a él se le negó. Aunque es algo vieja ha
logrado apañarse al hombre que ama. Baco regresa para hacerse de un cuerpo
pagano. Ojalá su envidia pudiera materializar un tiranosaurio androide que los
pisoteara, pisoteara su felicidad, ojalá su ira pudiera materializarlo con sólo
llenar su cuerpo con alcohol. Contempla su rostro deformado por la vejez en el
reflejo de la botella. ¿Cómo sería la vida si estuviera casado con la mujer
amada? ¿Es el tiempo perdido angustia?
Que
si es una de sus empleadas más eficientes, que si además tiene su propio club
de fans entre lo borrachos que acuden al pub. El gerente dice que no, que no la
podría vender ni por los pocos y valiosos diamantes que quedan en África. La
necedad sucumbe cuando el pagano exhibe un Rolex clásico de hace veinte años
del que sólo quedan tres copias en el mundo y que además cuenta con un
certificado de autenticidad. La negociación termina con una pregunta del
gerente y sus ojos sobresaltados contemplando el reloj: “¿cuándo se la lleva?”
Tiene
su título universitario que lo acredita como experto en regular maquinarias
complejas, bueno, complejas en el subdesarrollo africano. Ningún curso de la
universidad ni ninguna capacitación laboral lo prepararon para regular sus
emociones frente a esta Nancy. Indagó sobre los droides, sobre las funciones
que se les pueden programar, los cuidados que deben tener para durar el mayor
tiempo posible. Ahora ella sabe abrazarlo, besarlo, puede decirle “te quiero”,
un falso te quiero que se metamorfosea en una realidad que acepta por su
inmutable belleza, inmutable al menos por una década. No se detiene a
cuestionar la artificialidad de su origen, sólo disfruta. Nancy está lista para
viajar a África.
Su
padre es viejo, mudo, débil. Esta vez se resigna a verlo partir con la mujer
que ama. ¿Piensan que no lloró cuando lo escupieron como un gargajo virulento
de amor?, ¿piensan que fue fácil aceptar un nuevo entorno, arrancarse el
corazón y dejarlo botado como un perro atropellado en la carretera? El día que
dejó América tuvo que matar lentamente al hombre que amaba a Nancy. Ese que
permaneció entre los vivos quería saber apenas lo necesario del muerto para
continuar con su meteórica carrera de administrador tecnológico de armatostes
oxidados en África. Abraza a Nancy con la apestosa ternura de un adolecente
enamorado. Imagina que tiene un lanzamisiles y le dispara a ese enorme cíclope
que es el odio a su padre, el gigante no muere, se resiste a morir, pero queda
perfectamente mutilado, apenas respira, su ojo es ciego.
La
resurrección de Nancy, reconstruida por un Cupido cibernético y caprichoso. Una
redención de la tecnología que el cavernícola sólo asociaba con armatostes
oxidados que terminaban de corromperse en África y no dejaban de agigantar
perpetuamente el cementerio de la ingeniara occidental.
El
cavernícola se sienta a contemplar un sol descendiendo que parece derretir la
sabana africana y dejará escurriendo los defectos del continente negro que
serán camuflados por la noche donde nadie podrá encontrarlos. Contempla
imaginando al astro que podría derretir a esos niños que patean la cabeza de un
armatoste ahora disfuncional. La cabeza crea pocos goles a esta hora de la
tarde. El cavernícola deja que el tiempo transcurra mientras besa a Nancy en el
cuello y sus labios paganos no pueden desprender sus lunares.
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